28 may 2014

Ya que estamos tras elecciones parlamentarias podía ser una reivindicación parlamentaría, pero no.

Esta semana y la anterior he tenido conversaciones profundas con gente a la que además aprecio mucho. Hemos hablado de la vida, del mundo, de nuestra sociedad, de nosotros, de nuestra generación, del amor, de la amistad y de las relaciones de pareja, de lo que no es amor y amistad y de un montón de cosas más.

Y todos con los que he hablado coincidían en algo: lo que le falta a nuestra generación y a gran parte de nuestra sociedad es parar para pensar. 

Llevaba mucho tiempo sin escribir (mucho más de cinco meses por lo menos) porque no quería pararme a pensar. Porque para escribir primero tienes que pararte y después pensar. Enfrentarte a la hoja en blanco y a que a veces salgan ideas de tu cabeza que no te gustan. Y más aun, que tus manos las escriban dejándolas reflejadas sobre el papel. 

Algunas personas con las que hablé soltaban un exasperado "la gente es gilipollas" (perdón por la expresión, pero tras recordar su exaltación creo que debo destacarlo aquí) cuando yo intentaba justificar algún tipo de forma de conducta no muy lícita pero bastante asentada en nuestra generación y en nuestros días. 

A veces nos hacen falta dos (o unos cuantos más) dedos de frente a la hora de actuar o simplemente de vivir, y esto es porque nos falta pensar. Y pensar no se trata de imaginar qué pensará el otro, que eso sí que lo hacemos mucho, pensar es analizar qué queremos nosotros. 

Creo que si hay una frase que define a nuestra generación es "no te ralles". Queremos vivir superficialmente porque es más fácil, PERO CUIDADO, esto no nos hace más felices. (O por lo menos desde mi punto de vista). 


 Vivimos asentados en lo cómodo, PERO CUIDADO, todos soñamos con unas vacaciones idílicas, con un amor platónico, con aprobar todas en junio y con que nos toque la lotería; mientras, posponemos la alarma del despertador tumbados en la cama.

Cuando, como dije antes, algunos de mis amigos se exasperaban era con motivo a que vivimos inundados en el bucle de los mensajes positivos de "todo es posible, sonríe y cómete el mundo" que se entremezclan con la creencia de "si tiene que pasar pasará".

A su vez nos gustan las cosas cortas que tengan una intensidad infinita, que nos sean fáciles y difíciles a la vez. - Dejo las conclusiones para vosotros-.



Durante las navidades pasadas y principio de este año estuve pensando evitar pensar, pero me era difícil. Y lo que más rabia me daba era ese asentamiento de mundo fluffly y frases de motivación por todos lados unido a mensajes de conformismo enquistados como realidad verdadera. La contradicción en una misma frase. Me corrompía por dentro tener que dejar todo al devenir del destino y a la vez estar alegre.

Así que este post es una reivindicación a naturalizar las cosas. 

Una reivindicación a decir no a los continuos mensajes de Mr Wonderful, porque no todo es wonderful, así que no cubramos con pintura rosa lo que no lo es. Sí a la positividad, pero no a la positividad por decreto, al optimismo cursi tras cada reflexión, tras cada tuit y cada mensaje. No al optimismo bobalicón y barato y al coaching de medio pelo.

No a que todo tenga que ser Instagramizable, tuiteable, o retratado para guardarlo en un pen. ¿Vivimos de recuerdos o qué? ¿Y el presente?

Reivindico el derecho a tener momentos en los que no apetecen las palabras. Reivindico los silencios. Los llantos, los enfados y que haya cosas que no nos gustan. 

Reivindico los abrazos, las palabras sinceras, las que no atienden al que dirán y las que no se quedan en la cabeza, que rompen el silencio y se niegan a quedarse calladas.


Reivindico la negativa ante aquellos que cuando ven una cursilería les corrompe por dentro y ponen ponen fotos de unicornios vomitando arcoiris. Porque ellos también tienen un problema. Siendo un serio se llega al mismo sitio que siendo un cursi, con la añadidura de que ellos llegan sin sonrisa en la cara. 

Reivindico el no al bucle de los menlancolismos, porque no todo es negro. Reivindico el sí a no mentir-nos (a nosotros mismos y a la gente que queremos por lo menos). Reivindico el sí a mirar más allá de nuestro ombligo, más allá de nuestro Iphone nuevo, más allá de los "me gusta" de la foto que acabo de subir y más allá de nuestras uñas con pintauñas fluorescente. 

Y reivindico el parar para volver (o empezar) a pensar.

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